Aquella mujer con sobrado pundonor, de sesenta y pocos, sentía que su vida estaba vacía y sola. Le acompañaban la tristeza, la soledad, las penas, los recuerdos
y los pensamientos confusos de un presente vacío y solitario. Ella ha
estado toda su vida atrapada en un mundo en el que dirán es más
importante que la felicidad misma.
Estaba apresada por los recuerdos de un pasado mejor y lleno de vida, de trabajo, de seres que ya no se encuentran y que eran los pilares fundamentales de su existir. Ella vivía llena de encargos, de consejos para el mundo, sonreía para todos porque de ese modo repartía felicidad. Y ahora, en este doloroso y frío presente, ya nada de eso forma parte de su día a día, porque la muerte visitó a muchos de sus seres amados, los niños que educó y crio, crecieron y volaron lejos de su regazo y ya nadie necesitó de sus acertadas recomendaciones de vida.
Ella era prisionera de una educación rígida, antaña... y era la representante única del ejemplo por ser la nieta primera, hija primogénita, la sobrina mayor, la primera de la familia con un título universitario y la prima grande.
La carga sostenida durante años ha sido muy pesada y dura. Dando paso a una existencia comprometida con el ejemplo, y suprimiendo la espontaneidad, sueños y su propia realización como mujer.

Pareciera que la vida le ha sido otorgada para el sacrificio, la entrega total, el olvido de sí misma y el silencio, en lugar de las majaderías, y de imponer lo que realmente anhelaba, simplemente por temor a herir, a decepcionar y a no llevar la contraria de lo que le imponía su longeva educación. La cobardía siempre fue mala consejera.
Un corazón así, tan noble como el de ella, no vive para soportar tanto y privarse de todo. Porque al final, y con el transcurrir de los años, ella se ha visto sola, sin hijos, ni amigos, jubilada y con un presente tan solitario y confuso…
El lastre de hacer lo correcto y ser el ejemplo, le ha costado mucho, y hoy, ciertamente, en su silencio más arraigado, se ha dado cuenta de ello, ese es su secreto. Nadie puede estar al tanto de esa conclusión dolorosa, el tiempo no se puede volver atrás, y con las cenizas no se puede construir el presente, ni el futuro. Los arrepentimientos deambulan por su ser de forma dolorosa, convirtiéndose en lágrimas, lágrimas de impotencia, lágrimas llenas de porqués...
A ella, solo le resta seguir caminando por este sendero inmenso de la vida, aceptando, tratando de buscar motivos interesantes que le colmen la existencia, y entendiendo y reconociendo, que si volviera a nacer sería un poco rebelde, y lucharía por una cuota más de libertad, porque al fin y al cabo, el estar vivos representa un milagro, no una presión o contención de los legítimos deseos.

