Según algunos eruditos de la vida el perdón es:
1- No tener en cuenta la falta u ofensa que otro ha cometido
2- Librar a alguien de alguna obligación o castigo
3- El cese de las conductas negativas dirigidas contra el ofensor
4- El ocaso y olvido de algún agravio.
Hay muchas personas que de algún modo necesitan pedir perdón para enmendar sus errores, para sanar pesos en la conciencia, para quedar bien… existen muchas razones para hacerlo.
Lo cierto es que muchos lo piden de corazón y otros no. Muchas personas dicen que pedir perdón es muy fácil, e indiscutiblemente para aquel que no lo siente al hacerlo, resulta un juego. Pero también están aquellos que el orgullo domina su lógica y corazón, y no llegan hacerlo nunca.
Pero… ¿Cuándo es tarde? Cuando aquel ser querido se marchó de este mundo, y quedaron conflictos sin resolver, O cuando el tiempo ha transcurrido tanto, tanto, que el dolor se ha convertido en una gran muralla imposible de transitar, en una muralla cargada de rencor por parte del agraviado.

Perdonar es de sabios, perdonar es libertad, perdonar es enseñanza, perdonar es dejar que el espíritu se engrandezca, perdonar es aleccionar. El perdón tiene que venir acompañado de verdad, de consuelo y de un nuevo comienzo, porque sólo de ese modo nuestra conciencia conquistará el reposo anhelado.
Para que exista la armonía en cualquier relación debe existir el perdón para los ofensas. Como hijos, hermanos, amigos y compañero, el perdón debe estar latente.
Puede que perdonar sea una odisea, pero cuando ocurre, sólo el tiempo nos indicará que todo no era tan descomunal como lo pensamos en su momento.
Parte de lo que significa relacionarse y existir, es tener la capacidad de perdonar, tal y como Dios nos enseñó. Y para que sea certero no debe significar una banalidad, sino un modo de legítimo de conquistar el inmenso universo de nuestra alma.
Pedir perdón es excusarse, y al mismo tiempo demuestra nuestra inconmensurable humildad para con el ser querido y el prójimo.