Cuánta frustración se siente cuando empezamos una dieta. Pasas toda una noche planificando, lavándote el cerebro, imaginándote que pronto te pondrás la ropa guardada en el armario y otras nuevas y bonitas de tú gusto y además tomando fuerzas internas brutales para llegar a la meta; esa meta que parece muy lejana, pero es la que te lleva al cuerpo que deseas. Pues llega en codiciado día, desayunas según la dieta y a media mañana, en el trabajo, que casualmente ese día te resulta muy aburrido, te da por comer “algo” que no está en la dieta y que por lo tanto no debes ingerir, ese algo engorda, pero tú cuerpo te lo pide a gritos; es allí cuando empieza un conflicto bélico muy gordo, contigo misma, con tú fuerza de voluntad, con las calorías, con la ropa que no te entra y con sentirte la persona más débil del planeta. Es decir, un pastelito te domina y además, tiró por la borda en un segundo el menú dietético del día y las metas por alcanzar.
Obviamente, te sientes fatal, y caes en un círculo vicioso. Luego te dices: “la empezaré mañana, y esta
vez es de verdad, podré controlar mis
feroces y voraces impulsos”. Pero resulta que luego nos entra un sentimiento de
culpabilidad tan inmenso, que a media tarde vamos al frigorífico con la mirada
fija y sin reflexionar a picotear algo que evidentemente nos deformará más el cuerpo. Nos comemos un buen trozo de lo que sea y
viene el gran sentimiento de culpa,
encendemos la cocina y preparamos una infusión para desahogar el intestino y
así supuestamente no sumar calorías ese día.
Llega la noche y volvemos hacer lo mismo, tomar fuerzas de
donde no las hay. Comenzamos la dieta nuevamente y en esta oportunidad,
logramos hacerla todo el día, pero resulta que tienes hijos y un esposo al que
cocinarle y esa situación te crea una lucha y además una gran prueba que
superar. Es un Inri tenerle que preparar los alimentos al marido, los olores te
vuelven loca, las chuches o las sobras de las comidas de los niños deseas con
todas tus fuerzas picarlas y ¡no se puede! Al terminar el día estás de un humor
que nadie soporta, cualquier cosa te
hace chillar a la primera y al siguiente día te planteas que puedes comer de
todo, pero muy poquita cantidad, algo así como la famosa dieta de pesar los
alimentos, para contar las calorías que contengan. Pero acontece que Dios te
dio un don inmenso, y es el de cocinar de una manera tan rica todo, tal cual lo
harían los dioses del firmamento, tenemos una sazón tan buena, que es imposible
no repetir y nada… ese día duplicamos la dosis. Seguidamente desencadenamos en
el sentimiento de culpa. Luego se nos ocurre tomar algo para que nos ayude a
cumplir el anhelado cometido, eso significa, pastillas quema calorías y que de
paso nos controle el apetito y la ansiedad.
¡Es terrible ganar peso y no tener fuerzas para perderlo, es terrible el
gusto exacerbado por la comida, es horripilante saber que cada día pierdes la
batalla, es una auténtica adicción!
Parece una tontería pero no lo es, no cumplir promesas que
nos hacen el bien, resulta patético para el autoestima, es una adicción que de
por vida debes controlar. Y sabemos el daño que nos hace al cuerpo, a la salud
y al final es tan duro que no se logra controlar. Por eso digo que cuando se obtiene,
ni por un minuto cambiemos ese éxito por un trozo de torta con cremas. Yo no
vuelvo atrás.
El deseo de adelgazar es una lucha constante, son reproches duraderos
por el fracaso al que nos sometemos por traicionarnos. Es un estado de absoluta
decepción.
Cuando sentimos la
barriga llena, y por ejemplo estamos mirando la tele, siempre estamos admirando
el cuerpo de cualquier mortal que esté en forma, no importa que ese cuerpo no
este moldeado, como los medios de comunicación nos obligan a tener, simplemente
admiramos un cuerpo que esté delgado y que no le sobren kilos, porque la ropa
queda de maravilla.

Las personas con exuberancia de kilos, lucha frecuentemente
con su armario, al final tienen que comprar
ropa que no le satisface, nos vestimos s con cualquier indumentaria que nos “entre”
porque hay que vestirse; y se sufre tanto. El fracaso nos ofrece a cada segundo
cachetadas para que reaccionemos, pero lastimosamente no hacemos caso. Incluso
llegamos vergonzosamente a comprar
nuestra vestimenta en tiendas “especiales” para tallas grandes.
Nos conocemos y hemos hecho cada una de las dietas que
existen en el mundo, hemos ido al nutricionista, el médico de cabecera que nos
obliga a bajar de peso por nuestro bien, pero al final del camino esta ella… La
comida!! La única clave es el autocontrol y el dominio absoluto de nuestros
feroces deseos de masticar.
Pero aunque parezca mentira, no podemos perder la fe, si se
puede adelgazar!, al final resulta fácil, como nosotras (tros) existen miles de personas
en el mundo que han conquistado su sueño, y han eliminado de su cuerpo los
kilos enemigos que tanto nos han
amargado y entristecido. Es cierto que la comida es un deleite para el alma y
nos mantiene vivos lo malo es el exceso. ¡Adelante!
