Ciertamente existe un dicho que reza: “Ser feliz es disfrutar siempre lo que haces”. Y es valido, pero no siempre
hacemos lo que nos brinda la felicidad, sencillamente porque la felicidad son
instantes, instantes y más instantes... es la suma de bonitos momentos; y cada quien cuenta con una realidad forjada o
no, que define nuestro día a día.
En muchos casos
vivimos empeñados en que la felicidad sea perpetua, y no permitimos que venga a
nosotros libremente, violando así, las leyes universales del destino, y es por
ello que en cuantiosas ocasiones cometemos errores, por tratar de alcanzar algo
que quizá no era para nosotros o no era el momento de obtenerlo; de allí damos
paso a la infelicidad y a la frustración.
El estado ideal sería vivir placenteramente, con disposición,
y siempre en estado de optimismo, abiertos a disfrutar del simple hecho de
vivir y respirar. Tratando de que los problemas no representen una tragedia,
sino algo circunstancial en nuestras vidas, un aditivo que nos alimenta y
fortalece para enfrentar la vida, y así apreciar los futuros instantes de
alegría y dicha.
Los seres humanos
nacimos para soportar cargas livianas y pesadas. Y por lo tanto contamos con la
suficiente inteligencia emocional para saber captar los instantes divinos y
placenteros, los momentos más amargos y pesados. El detalle está en saber distinguir de
que somos capaces, quiénes somos, de qué estamos hechos y en aquellos momentos
de insatisfacción, no perder la sonrisa
para salir adelante, como guerreros de esta vida que somos. Porque de igual
modo la oscuridad no es para siempre. La vida está llena de vaivenes y nosotros
somos los objetos con los que ella juega, y la única manera de controlar la situación
es teniendo un alma a prueba de vaivenes.
La felicidad está en nosotros mismos, la felicidad es la
risa que viene del alma, irrumpe sorpresivamente, así el día esté gris y las
hojas del otoño no dejes de caer…
